Y
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o sé que, a vosotros, mi pequeña, dorada y adorada parroquia
de lectoras/es, os pone más que escriba de la vida cotidiana que de política, ética
o economía. Suponiendo que uno fuera capaz de tanto, que es mucho suponer. Pero
esto es una suerte de diario en el que este triste pecador letraherido intenta
plasmar los gritos que le surgen de sus silencios. Aunque oye, entre col y col,
lechuga…
Y no es que
piense yo que mi vida es patética del todo. Si tuviera que compararla con algo,
quizá me atrevería a hacerlo con una obra de Miguel Mihura, Muñoz Seca o quizá de
los Monty Python. Digamos que más que patética ha sido rara. Casi siempre
peculiar con momentos insólitos. Aunque
no me quejo. Y normalmente me refiero a ella en plural, porque han sido varias
vidas. Hay gente que nace, la sientan en la trona de comer papilla, de ahí la
pasan al pupitre de primeras letras, una vez alfabetizado se muda a una silla
de oficina y continúa ahí cuarenta años hasta que pasa a la posición de estirar
las piernas por fin, en una caja de fresno americano con visillos.
Y lo peor
que han hecho en toda su vida ha sido quitarle las grapas al compañero de departamento.
Que si el
verbo pecar está en el diccionario de
la RAE (que por cierto, celebramos ahora su tricentenario, ya podíais quitarle
el polvo, bandíos…) es para conjugarlo,
cada una/o según su necesidad y bochornos, claro.
Si gente así hace falta, estamos
de acuerdo. Yo mismo, muchas veces me hubiera cambiado por un oscuro
funcionario con manguitos, visera y tampón en el lóbrego sótano de un
ministerio. De hecho, cuando vuelvo la vista atrás, si me dices que tengo que
repetir todas las vidas que he agotado, no sería capaz. De verdad. No tendría
fuerzas. Estoy a ver si tengo fuerzas para terminar esta última… que ya voy
servidito.
Y es que uno, aunque me veáis por
la calle con expresión eutímica (venga, aquí podéis celebrar el tricentenario
de la RAE y buscarlo) y andar pausado, la montaña rusa la lleva por dentro.
Por ejemplo, si yo hubiera nacido
Dios, la semana tendría solo dos días: domingo y lunes. El lunes sería
infernal, con el trabajo comprimido de crear los planetas, los ornitorrincos,
el hombre, la mujer, a Jorge Javier Vázquez… y el domingo, derrengado, exhausto,
sin fuerzas, hubiera pedido una pizza barbacoa a las cocinas del infierno. Que te
la trae calentita el mismo Pedro Botero en el vespino rojo del motorista fantasma.
Lo que está claro, es que cuando
hablamos de patetismos, a nuestra generación se le viene a la mente como un
rayo una palabra: SEXO.
Fijaos, mis queridos feligreses
y feligresas, si ya los ochenta nos liberaron de ataduras religiosas y
políticamente correctas, que corriendo aquellos años, el que no follaba era
porque no quería. Hasta los feos tenían el carné de baile completo. Pues nada,
crecimos, hicimos lo mismo que nuestros padres (más o menos) y sabe Dios porqué
se nos fue amustiando la flora de las ingles, por muy brasileñas que nos las
dejáramos.
Esto viene al caso de una
estadística que cayó en mis manos hace poco, sobre la cuantificación de la
práctica sexual en nuestro país (de la calidad no dice nada, por suerte).
Resulta que del total de la muestra, el 85 por ciento practicaban la coyunda
«anualmente» (cágate, Manolín), «mensualmente» o el triste y obligado «una vez
por semana». El resto deben ser Nacho Vidal y sus primos.
¿Cuándo se nos jodió la jodienda?
Cada uno recurre a lo que puede,
si oye, yo lo entiendo. Lo más cercano, rápido y sin problemas (a ver, que no
hay nada más cercano a uno/a mismo/a que la mano veloz). Supongo que también hemos
pasado la fase hiperhormonal. En mi caso, puedo confesar sin complejos que el
sexo ha pasado a un tercer y cómodo lugar tras la literatura y los boquerones
fritos (no siendo excluyentes entre sí).
Pero claro, cuando uno va a al
supermercado, espacio de reflexión social donde los haya, y choca
accidentalmente con los pechos de una reponedora ubérrima que encima le pide
perdón… Coño, haces memoria y piensas que son las últimas tetas que has tocado
en dos meses al menos.
¡Y te pide perdón! ¡Vive Dios! ¡Si
al sentir ese maravilloso oleaje muscular en el brazo casi me dan ganas de
llorar!
Así que sales con la compra
pensando que sí, que los boquerones fritos están bien. Pero como la proteína del
conejo…
1 comentario:
Me da alegría ver que sigues por aquí loboblanco... no te encontraba entre las redes de la especie virtual, ¿invernas?
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