lunes, 11 de julio de 2011

CASI GRANADA...



         

   Piedra y Sol. La sombra de los edificios tapizaba el suelo como un manto que señalaba el límite del calor infernal que despedían los adoquines de la plaza del Realejo. No había casi viandantes. Podrían ser las tres de la tarde. Una hora en la que Granada está escondida dentro de sus callejuelas ofreciendo al sol sus techos retejados a dos aguas. Los bolardos metálicos surgían del suelo cada poco como dientes de un dragón que despedía fuego. 

Aunque él siempre prefería pasear. Y Granada no se cruza, se pasea. A pesar del calor que casi podía sentir en su sien se detuvo un momento a leer el embaldosado de la pared hirviente dedicado a la celebración del centenario del barrio del Realejo que fue pregonado por Carlos Cano.

            Pero Granada es una mujer generosa. También cada poco ofrecía el frescor de sus bares y tascas donde aplacar la sed con el hormigueo de una cerveza helada y  un pincho de tortilla sacromonte. Aunque como toda mujer hermosa, cada tasca era un canto de sirena para quedarse. Había que hacer un esfuerzo para seguir paseando Granada, aunque valía la pena.

            Bajó hasta la plaza de Santo Domingo con la suerte de que las sombras estaban de su parte y lo siguieron por la angosta calzada. Casi podía sentir el ahogo. El fuego en sus pulmones. Pero hacerle el amor a Granada bien valía el sudor que supone.

            Tom Joad era un tipo duro. Nunca le arredraron ni el calor ni el frío. El clima era algo que venía con la vida. Simplemente lo aceptaba.

            Siguió por el callejón hasta desembocar en la Carrera del Genil, dónde se hallaban los famosos almacenes de «El Corte Inglés» a los que le hubiera gustado entrar. Pero no podía. Tenía pocos minutos para disfrutar. Avanzó pegado a las fachadas engañando al sol de justicia que señoreaba el cielo. El mismo sol que secó las lágrimas de Boabdil cuando lloró por el reino perdido al entregarlo a los infieles reyes católicos.

            Hubo una parada obligada. La iglesia de Nuestra Señora de las Angustias. Tom Joad nunca había sido muy religioso. Se limitaba a ir muy de cuando en cuando a los oficios del domingo como le enseñaron sus padres y a intentar ser un hombre justo. Creía en el alto y lejano dios, en la olla del mediodía y en el gran hermano oso. Pero en su país no había iglesias como en España. Se maravillaba de estas gentes que hacían de sus creencias una increíble argamasa con la que construir estas catedrales que subían orgullosas hasta el cielo. Dios debía estar contento con ellos, por eso quizá les regaló tantas horas de sol. No así en su ciudad natal, Anchorage (Alaska), donde las iglesias eran escuetas y bajas. Seguramente por eso dios no pensaba que hiciera falta darles sol en demasía. 

            Siguió bajando hasta el Paseo del Salón donde desembocó en La Fuente de las Granadas. Allí, una alegoría de Granada hecha mujer de bronce pareció refrescarle la vista con sus cien surtidores de agua. Y continuó dejando a su  derecha Reñidero y el Callejón de las Arenas hasta la Acera del Darro. Casi sintió el frescor del río. Y Auri –su rubia reina mora de piel canela- se quejó del poco tiempo que tenían para hablar cada día. Él le dijo que eso pronto iba a cambiar. Iba a aceptar un nuevo trabajo para poder saborear su boca a menudo. Y ese hojaldre que era su cuerpo de terciopelo.

            En aquel momento sonó su teléfono. Era su jefe. Tom Joad lo despreciaba secretamente. Descolgó.

            -¡Oye Tom!, tienes que ir a despejar de nieve la carretera de Bear Valley. Ha vuelto a nevar. Vete ahora mismo.

            Como siempre. En Domingo. Le tocaba guardia. Se despidió de Auri con un beso y cerró el programa de mensajería instantánea. Cerró también las pantallas de Google Street View donde había estado dando un paseo virtual por Granada y antes de abrocharse el grueso chaquetón que usaba en la enorme máquina quitanieves abrió el cajón donde estaba la carta con la oferta de trabajo en Sierra Nevada.

            Al salir a la calle, entre la ventisca que azotaba Anchorage, añoró el maravilloso calor de Granada. Pero en Alaska nieva hasta en verano...




Joe Andrés.



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* Presentado a concurso narraciones breves Diario «Ideal» 2011 



8 comentarios:

La Maripili dijo...

Qué buena historia! sorprendente final! me ha encantado, Joé. Mucha suerte en el concurso.

Anónimo dijo...

Mola primo...estas q t sales. 1bs rosa

LA BRUJA DE PORTOBELLO dijo...

HOY TE HAS SUPERADO ANDRES...GRACIAS POR REGALARME CON LA LECTURA DE ESTE RELATO SOBRE MI AMADA GRANADA.

Joe Black dijo...

Gracias, Maripili. Tengo que ponerme al día con vuestro Blog, que ando últimamente perdido.

Joe Black dijo...

A mi prima rural favorita-unobs, gracias. Si quedo finalista nos tomamos algo en Retamar.

Joe Black dijo...

Y a mi bruja...también gracias. Tengo ganas de verte. A ver si pasan este verano más Perseidas.

Marisopli dijo...

Delicioso como un helado de leche merengada en un día de terral.

Joe Black dijo...

Vaya, Marisopli. Cuánto bueno por aquí. Tú si que haces «metáforas plásticas» como dice un buen amigo. Pero las tuyas están más ricas.