miércoles, 30 de noviembre de 2011

BIBLIOTECONOMÍA IBÉRICA







           A mí me gusta leer. A pesar del profesor de Literatura que tuve en Bachillerato, me gusta. Incluso a pesar de las bibliotecas públicas, me gusta. 

Lo del profesor de Literatura –por llamarlo algo- me hizo copista al estilo medieval. Lo que en mis tiempos (el Capitán Trueno estaba sólo un par de cursos más adelantado que yo) se llamaba la técnica del «cambiazo». Esta técnica sólo se podía aplicar cuando estabas completamente seguro de que el profesor era tan inepto que abría el libro –en este caso el tocho de Literatura- y se limitaba a dictar las preguntas EXACTAMENTE como los epígrafes que figuraban en él. No sé si este individuo tuvo una infancia desgraciada o sufrió la represión homosexual cual almorranas en silencio, pero nos jodió la vida a más de uno. Porque oye, no digo yo que en mi caso hubiera llegado a catedrático de Literatura existencialista, pero vamos... algo más habría leído. Coño, que me costó años y años relacionar la palabra «literatura» con la acción que realizaba casi a diario y casi ocultamente de leer. Hasta que un día me dije: «ah, pues si esto que leo es literatura».

Pero volviendo a la antropochuletología, el sistema del «cambiazo» se desarrollaba de la siguiente manera:

Con el tocho del libro de texto, se calculaban las probabilidades de cada epígrafe en cuánto a que salieran en el examen. Se copiaba el epígrafe completo, cuidando de dejar «como al azar» un espacio razonable delante y detrás. Había que cuidar el bolígrafo, por supuesto. No podías escribirlo con un BIC puntafina y llegar al examen con un puntagorda. Que D. Aquilino estaría amargado pero gilipollas no era. Una vez copiados del libro, digamos, unos treinta folios, había que preparar la «chuleta de indexación». O sea, un papelito minúsculo donde estaba recogido cada epígrafe y la posición que ocupaba en el mamotreto de hojas. Esto era importantísimo. No mover las hojas de posición. Porque el acto de «cambiar» el folio en blanco que tenías en la mesa por los dos folios ya escritos bajo el pupitre había que realizarlo a la velocidad de un trilero.  Zas. Visto y no visto. Y claro, si se te iban los dedos, podías encontrarte con dos folios escritos sobre Miguel de Unamuno cuando la pregunta del examen versaba sobre «Platero y yo». Y si se acercaba D. Aquilino a ver tus progresos iba a ser difícil explicar como habías dedicado treinta minutos a escribir sobre tan ilustre literato cuando la pregunta era sobre D. Juan Ramón Jiménez. Que podía ser un hobby, vamos, pero no en horas de examen. Difícil situación.

En resumen, dedicabas tantas horas a copiar el libro y a preparar luego la «chuleta de indexación» que... se tardaba menos en estudiar. Pero claro ¿y el honor? ¿Y el regusto del peligro corsario?

A lo que íbamos. No se por qué me molesto en poner título a estos articulillos si luego escribo de lo que me sale del «Intro», la verdad.

En mi pueblo –no me atrevo a llamarlo ciudad- hay una biblioteca pública bautizada con el nombre de un literato nacido en Laujar de Andarax. Es muy bonita y pinturera. Se alza como un coqueto «museo Guggenheim» incrustado entre hormigueros humanos de cemento armado. En su interior trabajan, pululan o se buscan a sí mismos entre el saber impreso una serie indeterminada de funcionarios y funcionarias con unas impecables batitas blancas. Esto les da un aire de sabiduría textil que te da confianza.

Pues bien, no hace muchos días, me encaminé gozoso porque me habían llamado de la biblioteca para retirar una reserva. Nada más y nada menos que «El asedio» de mi muy amado y respetado D. Arturo Pérez-Reverte. Al llegar mi turno en el mostrador de préstamo, la funcionaria correspondiente, con su bata correspondiente, me espetó al entregármelo: «¿es gordo, eh?». Reconozco que sus setecientas veintisiete páginas no responden al calificativo de delgado, pero ¡por Calderón de la Barca! ¿No hay otro epíteto más acorde para una señora a la que el valor se le supone –como en la mili-? Debe ser que las batitas son impermeables. Impermeables al saber circundante.

No quedó ahí la cosa. A los quince días –tiempo reglamentario del préstamo- intento ampliar el plazo diez días más, vía Internet. Que si quieres arroz, catalina. No se puede. Esto normalmente es debido a que alguien lo ha reservado ya. Y el problema es que iba por la página quinientos y pico. Me faltaban unas doscientas por leer. Coitus interruptus. No había solución. Cargado con mil enigmas sobre el capitán corsario Pepe Lobo y el comisario del Cádiz asediado por los franceses Rogelio Tizón me dirigí, cabizbajo y meditabundo a entregar el ejemplar como un doliente soldado del séptimo de caballería entregando su sable a los comanches para cumplir la palabra dada.

Una vez entregado en el mostrador de marras, la funcionaria de blancos ropajes, al verme tan compungido, estableció una breve conversación conmigo intentando consolarme de no haber podido terminar la lectura de tan excelsa epopeya.

Iba ya a marcharme, cuando de pronto, algo se iluminó en mi interior. Corrí hacia uno de los terminales que existen en la primera planta y tras teclear el título del libro que acababa de dejar, en la casilla correspondiente resplandecieron diez letras que casi me hacen trastabillar y caer de culo: «disponible». ¿Cómo hostias podía estar disponible el ejemplar si yo mismo acababa de entregarlo para que se lo llevara un payo que lo tenía reservado? La respuesta era simple. Había DOS ejemplares.

No voy a reproducir aquí lo que pensé en ese momento sobre la impermeabilidad a la lógica de las batas blancas ni los juramentos en arameo. Sólo recuerdo que lo busqué, lo pillé y me lo llevé. Y ni un solo comentario de la señora batiblanca del mostrador que sonreía abiertamente al acercarse la hora de cierre.

«Spain is different». 





6 comentarios:

Beatriz Vázquez dijo...

Al final te ganó "el honor, el regusto del peligro corsario"...

Anónimo dijo...

A lo mejor no dejan renovar el préstamo de libros gordos...

(¿Tienes el teléfono de la nena que lee a Süskind con botas de zordao?)

La Maripili dijo...

muy buena entrada.
Lo malo es que aún me sigo sorprendiendo por las narices que le echa la chica de la foto para llevar ese tanga! no se lleva ya ni en el mango de los paraguas! (jijiji)

Anónimo dijo...

Gracias Joe.
Bonito rincón para mi foto. Yo hace tiempo que deje de ir a la biblioteca por esas cosas y ahora, gasto más en libros que en tangas y claro, luego una va con los de la temporada pasada :p
Un abrazo para ti y un saludo para Maripili.
E_truska.

La Maripili dijo...

jijiji etruska????? mira que me suena ese nombre.....
Hay que cuidar más el "fondo de cajón de braguitas" jajajajaajajjaaja las bragas-paraca que uso yo no se pasan nunca de moda! ;P

rayajo dijo...

Ajajaj Lucía, por aquí nos movemos un par de seguidores de tu obra... no hace falta que me identifique, no? :D