La
inscripción del cartel de aviso estaba en los dos idiomas oficiales: alemán e
inglés. «ZUTRITT VERBOTEN» y «NO TRESPASSING». Aunque en realidad, la puerta electrificada de
donde colgaban sólo permitía el paso de un vehículo mediano. Extraño acceso
para un recinto que albergaba una ciudad de 978.453 habitantes según el último
censo.
Hasta donde se podía ver,
una alambrada electrificada de casi tres metros de alto impedía el paso. Y sólo
era el primer obstáculo. A ésta le seguía un profundo foso con una anchura de
10 metros por donde serpenteaba una especie de río que rodeaba completamente el
recinto. Pero todas estas medidas de
seguridad: las torretas con ametralladoras automáticas activadas por sensores
de movimiento, las minas, no eran para impedir la salida. Sino la entrada.
La ciudad seguía llamándose Cuxhaven, a pesar de que en el Decreto
2087/115 del Consejo de Naciones Unidas sobre su constitución como Ciudad Laboral, pasó a ser inscrita como
CUX-489. Siguiendo la normativa de utilizar las tres primeras letras del nombre
y los tres dígitos del ordinal correspondiente según su puesto en el Registro.
Estaba en el extremo superior de Alemania, bañada por el Mar del Norte y, a día
de hoy, en 2097, existían en todo el mundo 536 ciudades similares, aunque la
mayoría estaban ubicadas en el continente asiático: China, India. En Europa sólo existían 58. Aunque en las Ciudades
Laborales del continente europeo sólo se realizaban las Unidades de Trabajo
(UT) con mayor valor añadido: investigación
en nanomedicina, cultivo industrial de órganos para transplantes, logística de
alto riesgo y similares.
Desde el colapso del
Sistema de libre mercado en 2029, cuando cayeron uno tras otro gobiernos,
monedas, bancos y todas las superestructuras que los sustentaban, el Consejo de
Naciones Unidas decidió empezar a crear las Ciudades Laborales. El desempleo
había llegado en algunas zonas al 67 % y los economistas descubrieron que el
bien más escaso para la especie humana ya no eran los metales preciosos ni las
materias primas. Era el Empleo.
Se hizo una selección
según los principios de juventud, mérito y capacidad (teóricamente). Y según el
nivel de corrupción alcanzado en cada país. Lógicamente se respetó la paridad
para igualar la población masculina y femenina. Los seleccionados ingresaron en
estas Ciudades. Y las puertas se cerraron para siempre.
Dentro de cada Ciudad
Laboral existían todos los servicios necesarios para sus habitantes: Salud,
Educación, Ocio. Sólo los más viejos recordaban el tiempo pasado. Y sólo ellos,
entre susurros, se referían a los de afuera como los «externos».
El transporte se realizaba
a través del inmenso puerto de Cuxhaven o de su aeropuerto. Bien en containers
que se cargaban en gigantescos barcos de un millón de toneladas bien en los
Antonov X1000 que cuando levantaban el vuelo con sus quinientos mil kilos de
carga casi derretían la pista de despegue.
Un trabajador medio de
CUX-489 percibía por una jornada de diez horas al día, seis días a la semana
unos 200UT (Unidades de Trabajo) mensuales que le eran ingresados en su Tarjeta
de Crédito cada día. Absolutamente todo se compraba y se vendía a traves de
dicha Tarjeta. Un plato de
Grünkohlessen –un menú muy común- costaba una media de 2,30 UT. Y tanto
precios como salarios se mantenían en una cómoda inflación cero.
Hermann Javert recibió el
aviso en su pantalla personal: «Error de recuento Centro de Trabajo 211». Era
un mensaje extraño. En sus veinte años en la Policía Laboral, el inspector Javert
no habría recibido más de ocho similares. El concepto de absentismo no se
entendía fuera de los canales policiales.
Interrogó al Sistema y le
apareció un nuevo mensaje: «Laboral SX-178497ZV-287118088. Fauchelevent, Hans».
Fauchelevent estaba en su
Centro de Trabajo (el 211) cuando fue requerido por el inspector Javert. Se
dirigió rápidamente en su vehículo eléctrico a la Comisaría Laboral (un
requerimiento de éste cuerpo policial no admitía demoras ni excusas) y se
presentó en el pabellón.
-¿Me permite su Tarjeta?
–solicitó el inspector.
Al pasarla por el
terminal, el inspector Javert supo que algo no iba bien. Un mensaje de error de
Sistema, hasta entonces desconocido para él parpadeó en la pantalla.
-Sírvase esperar aquí un
momento, Herr Fauchelevent.
Hans sintió que se le
helaba la sangre en las venas. Nadie hacía perder un minuto de trabajo excepto
en casos muy graves.
Repasó mentalmente su vida
buscando algún error, un descuido, una equivocación y no pudo hallarla. En su
historial figuraba un cumplimiento fiel de su labor en la Terminal de
facturación de Órganos Humanos durante diez años. Desde que terminó su
formación logística a los veinte. Ni una sola baja por enfermedad. Ni un sólo
incidente.
Por eso quedó perplejo
cuando entraron cinco agentes con traje anticontaminación y lo redujeron en el
suelo. Fue envuelto en una especie de plástico y le pusieron una mascarilla conectada a una pequeña botella
de oxígeno. Esposado, lo introdujeron en un biocontenedor que sellaron y
programaron para su apertura en treinta minutos.
Podía seguir mentalmente
el itinerario del vehículo a través de la ciudad. Alcanzaba a oir la salida de
sus compañeros de trabajo que mañana serían informados de su «muerte
accidental». Y escuchó el ruido de la puerta electrificada exterior al abrirse. El vehículo se detuvo
por fin a unos dos kilómetros de la alambrada. Y el biocontenedor fue
depositado en el suelo.
A los treinta minutos
exactos se abrió la tapa y se desactivaron sus esposas. Se arrancó la capa de
plástico con furia y observó el panorama desolador que le recibía. Una tierra
fría y salvaje a la que no estaba acostumbrado.
El inspector Javert cursó
un informe al Sistema Informático. El nuevo procedimiento de rastreo aleatorio
de ADN había sido un éxito. A nadie –excepto a él- se le había ocurrido que la
secuencia genética implantada en las incubadoras de crecimiento para prevenir
el desarrollo de enfermedades en la población de CUX-489 no estuviera presente
en algún miembro. Un nuevo éxito en su carrera.
Hans Fauchelevent sintió
frio por primera vez en en su vida. En el lindero del bosque donde se
encontraba, el clima no estaba autocontrolado. Tampoco había Policía Laboral.
Ahora, desnudo ante la Naturaleza sintió algo extraño. No podía aplicarlo a
ninguna palabra conocida. Porque no se enseñaba en Cuxhaven:
Libertad. Y gritó su
nombre a las piedras que mudas contemplaron su euforia.
La larga planificación de
su padre, un «externo», la ejecución milimétrica de la infiltración a través
del sistema de saneamiento de CUX-489 y
el asesinato de Hans Fauchelevent antes de alterar el Sistema y disminuir la
edad del asesinado a cero no había servido para garantizarle un futuro. Ni
siquiera a pesar del segundo asesinato en el centro de incubación de un recién
nacido para reemplazarlo por su vástago. No hubo respuesta favorable del
destino.
Dos muertes para
garantizar una vida. Tres, en realidad, porque salir de una Ciudad Laboral era
morir en poco tiempo. Una suerte de designio superior había considerado que la
ecuación vital no era equitativa. Y había encargado al azar su neutralización
Ese azar que hizo que
horas antes se quitase los guantes por primera vez en su Centro de Trabajo
–contraviniendo las extrictas normas- y depositara en su Tarjeta un rastro de
ADN que llevó al fracaso el plan de su padre.
Notó que caía la noche y
aterido, comenzó a ver decenas de ojos que lo observaban desde el bosque. El
frío dió paso al miedo. La libertad al terror. Y sintió ganas de volver a
gritar su nombre retando al cruel final que le esperaba.
Pero no podía hacerlo.
Porque no lo conocía.
Hans Fauchelevent llevaba
muerto treinta años. Los mismos que llevaba nacido Johann Valjean.
* Presentado al XIII
Concurso Internacional de Relatos «Lenteja de Oro de La Armuña». Parada de
Rubiales (Salamanca)
1 comentario:
Guau!
Joé for president!
Publicar un comentario