domingo, 1 de abril de 2012

UNA VIDA LABORAL




            La inscripción del cartel de aviso estaba en los dos idiomas oficiales: alemán e inglés. «ZUTRITT VERBOTEN» y «NO TRESPASSING». Aunque en realidad, la puerta electrificada de donde colgaban sólo permitía el paso de un vehículo mediano. Extraño acceso para un recinto que albergaba una ciudad de 978.453 habitantes según el último censo.

Hasta donde se podía ver, una alambrada electrificada de casi tres metros de alto impedía el paso. Y sólo era el primer obstáculo. A ésta le seguía un profundo foso con una anchura de 10 metros por donde serpenteaba una especie de río que rodeaba completamente el recinto. Pero  todas estas medidas de seguridad: las torretas con ametralladoras automáticas activadas por sensores de movimiento, las minas, no eran para impedir la salida. Sino la entrada.

           La ciudad seguía llamándose Cuxhaven, a pesar de que en el Decreto 2087/115 del Consejo de Naciones Unidas sobre su  constitución como Ciudad Laboral, pasó a ser inscrita como CUX-489. Siguiendo la normativa de utilizar las tres primeras letras del nombre y los tres dígitos del ordinal correspondiente según su puesto en el Registro. Estaba en el extremo superior de Alemania, bañada por el Mar del Norte y, a día de hoy, en 2097, existían en todo el mundo 536 ciudades similares, aunque la mayoría estaban ubicadas en el continente asiático:  China, India. En Europa sólo existían 58. Aunque en las Ciudades Laborales del continente europeo sólo se realizaban las Unidades de Trabajo (UT)  con mayor valor añadido: investigación en nanomedicina, cultivo industrial de órganos para transplantes, logística de alto riesgo y similares.

Desde el colapso del Sistema de libre mercado en 2029, cuando cayeron uno tras otro gobiernos, monedas, bancos y todas las superestructuras que los sustentaban, el Consejo de Naciones Unidas decidió empezar a crear las Ciudades Laborales. El desempleo había llegado en algunas zonas al 67 % y los economistas descubrieron que el bien más escaso para la especie humana ya no eran los metales preciosos ni las materias primas. Era el Empleo.

Se hizo una selección según los principios de juventud, mérito y capacidad (teóricamente). Y según el nivel de corrupción alcanzado en cada país. Lógicamente se respetó la paridad para igualar la población masculina y femenina. Los seleccionados ingresaron en estas Ciudades. Y las puertas se cerraron para siempre.

Dentro de cada Ciudad Laboral existían todos los servicios necesarios para sus habitantes: Salud, Educación, Ocio. Sólo los más viejos recordaban el tiempo pasado. Y sólo ellos, entre susurros, se referían a los de afuera como los «externos».

El transporte se realizaba a través del inmenso puerto de Cuxhaven o de su aeropuerto. Bien en containers que se cargaban en gigantescos barcos de un millón de toneladas bien en los Antonov X1000 que cuando levantaban el vuelo con sus quinientos mil kilos de carga casi derretían la pista de despegue.

Un trabajador medio de CUX-489 percibía por una jornada de diez horas al día, seis días a la semana unos 200UT (Unidades de Trabajo) mensuales que le eran ingresados en su Tarjeta de Crédito cada día. Absolutamente todo se compraba y se vendía a traves de dicha Tarjeta. Un plato de  Grünkohlessen –un menú muy común- costaba una media de 2,30 UT. Y tanto precios como salarios se mantenían en una cómoda inflación cero.

Hermann Javert recibió el aviso en su pantalla personal: «Error de recuento Centro de Trabajo 211». Era un mensaje extraño. En sus veinte años en la Policía Laboral, el inspector Javert no habría recibido más de ocho similares. El concepto de absentismo no se entendía fuera de los canales policiales.

Interrogó al Sistema y le apareció un nuevo mensaje: «Laboral SX-178497ZV-287118088. Fauchelevent, Hans».

Fauchelevent estaba en su Centro de Trabajo (el 211) cuando fue requerido por el inspector Javert. Se dirigió rápidamente en su vehículo eléctrico a la Comisaría Laboral (un requerimiento de éste cuerpo policial no admitía demoras ni excusas) y se presentó en el pabellón.

-¿Me permite su Tarjeta? –solicitó el inspector.

Al pasarla por el terminal, el inspector Javert supo que algo no iba bien. Un mensaje de error de Sistema, hasta entonces desconocido para él parpadeó en la pantalla.

-Sírvase esperar aquí un momento,  Herr Fauchelevent.

Hans sintió que se le helaba la sangre en las venas. Nadie hacía perder un minuto de trabajo excepto en casos muy graves. 

Repasó mentalmente su vida buscando algún error, un descuido, una equivocación y no pudo hallarla. En su historial figuraba un cumplimiento fiel de su labor en la Terminal de facturación de Órganos Humanos durante diez años. Desde que terminó su formación logística a los veinte. Ni una sola baja por enfermedad. Ni un sólo incidente.

Por eso quedó perplejo cuando entraron cinco agentes con traje anticontaminación y lo redujeron en el suelo. Fue envuelto en una especie de plástico y le pusieron una  mascarilla conectada a una pequeña botella de oxígeno. Esposado, lo introdujeron en un biocontenedor que sellaron y programaron para su apertura en treinta minutos.

Podía seguir mentalmente el itinerario del vehículo a través de la ciudad. Alcanzaba a oir la salida de sus compañeros de trabajo que mañana serían informados de su «muerte accidental». Y escuchó el ruido de la puerta electrificada  exterior al abrirse. El vehículo se detuvo por fin a unos dos kilómetros de la alambrada. Y el biocontenedor fue depositado en el suelo.

A los treinta minutos exactos se abrió la tapa y se desactivaron sus esposas. Se arrancó la capa de plástico con furia y observó el panorama desolador que le recibía. Una tierra fría y salvaje a la que no estaba acostumbrado.

El inspector Javert cursó un informe al Sistema Informático. El nuevo procedimiento de rastreo aleatorio de ADN había sido un éxito. A nadie –excepto a él- se le había ocurrido que la secuencia genética implantada en las incubadoras de crecimiento para prevenir el desarrollo de enfermedades en la población de CUX-489 no estuviera presente en algún miembro. Un nuevo éxito en su carrera.

Hans Fauchelevent sintió frio por primera vez en en su vida. En el lindero del bosque donde se encontraba, el clima no estaba autocontrolado. Tampoco había Policía Laboral. Ahora, desnudo ante la Naturaleza sintió algo extraño. No podía aplicarlo a ninguna palabra conocida. Porque no se enseñaba en Cuxhaven:

Libertad. Y gritó su nombre a las piedras que mudas contemplaron su euforia.

La larga planificación de su padre, un «externo», la ejecución milimétrica de la infiltración a través del sistema de saneamiento  de CUX-489 y el asesinato de Hans Fauchelevent antes de alterar el Sistema y disminuir la edad del asesinado a cero no había servido para garantizarle un futuro. Ni siquiera a pesar del segundo asesinato en el centro de incubación de un recién nacido para reemplazarlo por su vástago. No hubo respuesta favorable del destino.

Dos muertes para garantizar una vida. Tres, en realidad, porque salir de una Ciudad Laboral era morir en poco tiempo. Una suerte de designio superior había considerado que la ecuación vital no era equitativa. Y había encargado al azar su neutralización

Ese azar que hizo que horas antes se quitase los guantes por primera vez en su Centro de Trabajo –contraviniendo las extrictas normas- y depositara en su Tarjeta un rastro de ADN que llevó al fracaso el plan de su padre.

Notó que caía la noche y aterido, comenzó a ver decenas de ojos que lo observaban desde el bosque. El frío dió paso al miedo. La libertad al terror. Y sintió ganas de volver a gritar su nombre retando al cruel final que le esperaba.

Pero no podía hacerlo. Porque no lo conocía.

Hans Fauchelevent llevaba muerto treinta años. Los mismos que llevaba nacido Johann Valjean.


 


* Presentado al XIII Concurso Internacional de Relatos «Lenteja de Oro de La Armuña». Parada de Rubiales (Salamanca)
             



1 comentario:

La Maripili dijo...

Guau!
Joé for president!