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engo un amigo del barrio que habla francés mejor que Gérard
Depardieu (sí hombre, el gordo de la peli de Astérix). Aunque Depardieu en
realidad ahora es ruso ya que se dio de baja de Francia por los impuestos. Si
aquí pudiéramos hacer eso a Montoro no le quedaba para sangrar ni la sota de
oros de la baraja (un tío que ostenta el
triste récord desde que comenzó el Régimen del 78 de haber subido más de cincuenta veces los impuestos en tres
años, ya me dirás); es más, de primero en las tabernas de Moscú servirían paella valenciana o gazpacho
andaluz. Los martes, cocidito madrileño… repicando
en la buhardilla, que me huele a yerbabuena y a verbena en las Vistillas.
A lo que vamos, que me liáis, este
amigo, que dio clases en la Sorbona, ya no vive en el barrio. Ni en España. De
hecho ha habido veces en las que ni siquiera vivía en el mismo continente que
yo, con lo que el equipillo de fútbol que teníamos cuando jugábamos en la calle
(en la que pasaba un coche cada 45 minutos, de ahí los dos tiempos de partido)
pues ya no es el mismo. La historia de España: los mejores se van. Como la
verdad es que necesitaba escribir algo sobre Francia después de la masacre de
París; y como vosotros, mi pequeña y selecta parroquia, sois más baratos que el
psiquiatra… en vez de cascárselo a él por correo, os lo casco a vosotros.
Tengo que decir en mi favor, que
aunque soy prácticamente nadie, uno tiene ya la vida vivida y si vienen a por
mí con un par de Kalashnikovs, pues mira, lo único que conseguirían sería
adelantarme la fecha de dejar de fumar. Que sería de agradecer.
Lo que han
hecho estos salvajes, no tiene justificación posible. Ni divina ni humana. Ni
lo que hace la OTAN, ni Europa, ni EEUU cuando bombardea poblaciones civiles con
niños; en eso puedo coincidir con Willy
Toledo, y casi en lo de vivir en Cuba (en lo demás me parece que se arma el
taco).
Y por lo parece, estos tres payos
eran franceses de segunda generación. Tan franceses como el presidente de la
república, Françoise Hollande o el queso Roquefort. Con un pasado de
delincuencia juvenil, drogas, cárcel, segregación y exclusión social, que
conocen a un supuesto imán que los «ilumina» y… pasa lo que tenía que pasar. La
secuencia es largamente conocida.
Os lo dice uno que trabajó de
«carcelero» hace muchos años en un centro de menores (un reformatorio, vamos).
Aguanté pocos meses, porque allí, los que realmente nos reinsertábamos… éramos
los trabajadores, una vez que podíamos escapar de aquel curro sin que pitara el
arco detector de metales. Yo mismo veía cómo la reinserción era punto menos que
imposible (quitando, digamos un 3% de casos) si cuando salía de allí el chaval
volvía a su entorno social donde el padre ni está ni se le espera, la madre es
adicta al jaco, el tío está en la cárcel por homicidio y la única que lo cuida
un poco es la abuela. Blanco y en botella. Y las «amistades peligrosas» que van
a recibirlo no varían. A ver, que con ese pequeño 3 por ciento que se puede
recuperar ya vale la pena la existencia del centro.
Pero creo que solo hay un camino
para la paz social: que la desigualdad entre los de arriba y los de abajo sea soportable.
O sea, educación, sanidad y servicios sociales públicos y gratuitos.
Lo demás está por demostrar.
Y por lo que conozco de Francia,
tiene una concepción del «estado del bienestar» muy avanzada. Puede que solo
los superemos en el sistema sanitario público, y no estoy muy seguro. Que aquí
la justicia y la medicina se imparten en nombre del rey nuestro señor y aquello
es una república. Y laica. Cada uno/a puede creer en los brujos que quiera. Incluso
predicar que la Tierra es plana mientras no llegue tarde al trabajo con esa
excusa.
Que yo sé que la mayoría no lo
sabéis, o igual sí, pero el Reino Unido y Alemania tienen un sistema de
protección social (no digo sanidad, solo protección social) ¡muy superior al
nuestro! Solo tenéis que buscar los benefits
británicos (ver) y
el Hartz IV alemán (ver).
Claro que esto os lo mantendrá oculto Mariano en el telediario… sobre todo si sois
uno/a de los 2,6 millones de desempleados que ya no perciben ninguna prestación
(ver).
Una bomba de relojería…
Pues bien, en Francia también se
segrega, claro. Si eres una joven francesa de un barrio periférico de París, de
mayoría musulmana, no se te ocurra poner en el currículum para cajera del
Carrefour tu verdadera dirección. Que ya te digo yo que ni te llaman (ver).
Lo explica perfectamente en sus
tramas uno de mis favoritos, y creo que uno de los mejores escritores
franceses: Michel Houellebecq. No os perdáis Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales. Que por cierto, ha tenido que ponerse
en cobro de París porque ha dado en el clavo con su última novela: Sumisión (ver).
Así que conste que me parece perfecto que en la república francesa
esté prohibido el uso del velo islámico y la kipá judía en edificios públicos y
colegios. Y las crucecitas en la pared. La religión, en un país civilizado debe
remitirse al ámbito privado. El que quiera asar sardinas en su casa que se
trague el humo, pero que no apeste a todo el edificio.
Y mejor no me preguntéis lo que
opino sobre colapsar un país entero para pasear imágenes de horribles torturas
en Semana Santa. Que oye, lo respeto, pero pensad que si a Jesucristo lo llegan
a ahorcar en vez de crucificarlo… en el altar mayor de la catedral de Burgos
habría un tío colgado. Y el santísimo Cristo de las Cinco Llagas se llamaría de
la Lengua Fuera. Con perdón.
Que el Islam es bastante más
respetuoso en ese aspecto con la imagen.
Pero es que yo abundaría más en
el tema. En mi modesta y siempre respetuosa opinión para con los creyentes del
profeta, el Islam es una religión que hoy, en el siglo XXI, está en su «Edad
Media». O sea, al nivel del cristianismo, digamos, en el siglo IX o X en Europa,
cuando en Al-Andalus florecían las ciencias y las letras y (con todos sus peros)
había una tolerancia multicultural. Le daban sopas con honda en todos los
aspectos a los brutos y oscuros astures de don Pelayo que luego se dejarían
bajar a joder un poco hasta que Isabel y Fernando les estamparon la visa a los
del turbante en el pasaporte para África.
El Islam no ha tenido su Erasmo,
ni su Lutero, ni nadie ha clavado en la puerta de la Meca las 95 tesis de la
Reforma. Entre otras cosas porque no es una religión con unas jerarquías
claras. No hay ningún sumo pontífice a quién dirigirse para protestar de los
abusos. Por eso tienen más subdivisiones que peñas hay del Real Madrid
(sunníes, chiíes, sufíes, salafíes…).
Que a mí, que soy respetuoso con los
creyentes, no me parece mal. Lo que sí me
parece mal es que si los talibanes, o los gobiernos de Arabia Saudí (que
hoy mismo, 16 de enero del 2015, va a ejecutar la condena de 50 latigazos a Raif
Badawi —ver—,
un bloguero condenado por blasfemia al que le serán dados otros 50 cada viernes
hasta completar los 1.000 a que ha sido condenado), Afganistán, Irak, etcétera,
deciden imponer la religión a sus ciudadanos… se permitan vivir utilizando
todos los adelantos de la ciencia posteriores a la Edad Media.
O sea, eso de volar los jeques en
avión privado al casino de Montecarlo, a jugarse unas partiditas de Black Jack
y terminar la noche con cinco prostitutas rubias (o rubios) con braguitas de Victoria´s Secret… nada de nada. El
avión no existía en la Edad Media, así que en camello y a El Cairo a jugar al
ajedrez. Y la coyunda con fauna local, como en la Edad Media; morenas (o
morenos) y con la bisectriz oliendo a borrego.
¿Esto qué
es…? ¿Teta y sopas? ¿En el plato y en las tajás?
No, hombre,
no.
Me parece
correctísimo que a miles de millones de personas les encante vivir como en la
Edad Media. Pero hay que ser consecuente. Si paramos el tiempo en el año 900,
nos quedamos ahí. Con todas las consecuencias. Ni tratamientos para el cáncer
ni para la viruela; sanguijuelas para hacer sangrías y pócimas del brujo. Ni
Rolls-Royce, ni Ferraris con GPS, ni aire acondicionado; dromedarios, abanicos
y mapitas.
Claro que
¿quién iba a pagar las consecuencias? ¿Los jeques y la Casta petrolífera? No;
los de siempre. Los de abajo.
Tengo que
coincidir con mi buen amigo en el exilio que hay borrones en la historia de
Francia. Por supuesto. Los mismos que en la de cualquier país europeo, si no
recuerdo mal, yo diría que menos. De todos los que fueron a América, nosotros
los primeros, ni uno solo escapa al juicio de la historia en el tratamiento a
la población indígena: España, Francia, Holanda e Inglaterra. A todos se les
fue la mano. ¿Por qué? Por la misma razón de siempre cuando una civilización
superior entra en contacto con otra inferior: porque podían.
Estamos de
acuerdo en las salvajadas de los paracaidistas franceses en Argelia, las
barbaridades que cometió la OAS, y también, y sobre todo, en el
colaboracionismo de una gran parte de la población con la ocupación nazi. Pero
habría que calzarse las botas de aquellos franceses y francesas para
comprenderlos. No es tan fácil de juzgar.
Y nos
dejaron solos. Eso sí es cierto. Solos en la guerra civil ante el poderío
rebelde apoyado por la potencia alemana. Eso es lo que nos sumergió aún más en
el atraso secular que padecemos. Nadie movió un dedo por la II República quitando actos testimoniales. Si no recuerdo
mal hasta Churchill dijo que «Franco puede ser un problema para los españoles,
pero no para los ingleses». Ese fue el espíritu.
Pero sigo
pensando que Francia es un gran país. Un país que parió a Rousseau y a Voltaire,
que cambió el pensamiento humano con la Revolución Francesa. Nada volvió a ser
igual después. Incluso los dictadores posteriores que en el mundo han sido, han
tratado de justificar sus actos dotándose de parlamentos trucados.
Así que si
esto revienta, siempre nos quedará París… ¿no?
Au revoir, mes ami.
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