Que no quede nada.
Busca un cepillo con púas de acero y olvido
y pásamelo por la boca
restregando bien los dientes,
los que queden.
Aquellos que mordieron el deseo
del vientre de una mujer.
Pásalo por el paladar
Y extravía de él ese sabor a muslo salado.
Después las manos.
Que los ojos quiero conservarlos aún
para ver como las conviertes en muñones.
Que no puedan volver a provocar
un oleaje en los pechos de una hembra.
Ni acariciar la frente de un niño de ojos grandes.
Estámpalo después contra mis tímpanos
hasta que quede sordo
y no pueda volver a oír el quedo susurro de un orgasmo.
Del mar, del viento en un obenque.
Y ya sí. Ciégame.
De una pasada rápida.
Llévate mis ojos ensartados
y luego de escardar el cuero cabelludo,
arranca la memoria. Toda.
La esperanza, sobre todo.
Y el dolor. El recuerdo del dolor.
Y al final, cuando a lo que quede de mí
no puedas ni ponerle nombre
déjame en la playa de Isla Culebra.
A la sombra.
Que me disuelva en sal y arena.
Sin sufrimiento. Sin remordimiento.
Pero no te olvides de una cosa.
De decirme quien eres tú
que tienes el poder de hacerlo,
¿Dios? No me hagas reír.
Sólo puedes ser un buen amigo.
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domingo, 12 de febrero de 2012
LÍMPIAME DE MÍ
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2 comentarios:
UAU! qué peazo de entrada! el final es acongojante.
ME ha encantado
Muy buena!
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