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imagen: jmalvarezblog.blogspot.com.es
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esde que el hombre se asentó y dejó de ser nómada —pongamos
que hace unos 10.000 años— ha sobrevivido sin pensiones de vejez hasta hace
aproximadamente unos 100 años. Realmente, no es que hicieran mucha falta. A la
mayoría se lo comía algún bicho —o algún primo caníbal— antes de cumplir los 35,
con lo que contribuía al fondo de pensiones del ecosistema animal en proporción
al contenido calórico de su cuerpo serrano. Esta contribución era como el IRPF:
personal, progresiva y directa. Un búfalo de 2.000 kilos aportaba más
kilocalorías que un simple humano, por lógica tributario-metabólica.
Una
vez asentado en comunidades estables, tampoco es que fuera su mayor
preocupación llegar a viejo sin haber cotizado. La esperanza de vida al nacer,
seguía siendo de menos de 40 años hasta el siglo XX. Nuestro natural
beligerante nos mantenía vivos lo justito para desarrollarnos, procrear una
buena camada y diñarla en algún conflicto; bien de un certero alfanjazo
morisco, bien en alguna encamisada con los Tercios de Flandes. La verdad es que
antes se moría uno más entretenido.
Ya lo dice Punset —y lo
corrobora éste, vuestro seguro servidor, que ya pasó de la cuarentena—: Hasta los cuarenta años el
cuerpo resiste bien aunque lo tratemos mal. Yo añadiría que después, aunque muy
progresivamente, va resistiendo mal aunque lo tratemos bien. Hemos sumado a
nuestra existencia unos 30 años de vida redundantes.
Y hay que llenarlos con algo. Fundamentalmente con comida unas tres veces al
día. Excluidos los problemas sociales, laborales y sexuales que no vienen ahora
al caso (bueno, el tema del sexo… lo resumió certero aquel sonriente vejete que
dijo, al ver pasar una chica muy bien terminada: «Señor, señor… si nos quitas
las fuerzas… ¿por qué no nos quitas también la intención?) nos queda lo de la
manutención alargada en 20 o 30 años tras la jubilación. Que se dice pronto.
Así que nació en
Occidente el concepto de Seguridad Social. Al parecer, nada menos que ¡en
Alemania! Líder actual de la tala de estos derechos en ella alumbrados.
Concretando un poco,
aquí en Hispania, se formalizó la Ley de Bases de la Seguridad Social el año
que nací yo. Aunque no fue nada personal. Luego, la Ley y yo mismo, fuimos
mejorando con los años, siendo nuestro apogeo allá por los ochenta, que
estábamos hechos unos pinceles los dos. Ahí nos estabilizamos un poco,
tendiendo luego a amustiarnos lentamente hasta el siglo XXI, dónde nuestros
caminos se separaron. No es que yo dejara de amustiarme sino que la Ley entró
en barrena y está bastante peor que un servidor.
¿Qué hacemos con los
viejos? Es la gran pregunta.
Excluida la tesis de
aquel ministro de Finanzas japonés que hace unos meses animó a los viejos a
«darse prisa en morir», además de la posibilidad de la «observación crítica de obras» ya que no hay un chavo para
construir nada, no se me ocurre otra cosa que pensar cómo vamos a seguir protegiendo
a los que un día se dejaron el pellejo por nosotros.
Fundamentalmente es un
problema matemático: Dos más dos son cuatro.
Y aquí, en cuanto a
pensiones, tenemos un sistema de reparto: o sea, los trabajadores actuales
financian con sus cotizaciones a los pensionistas actuales. A la vez que rezan
para que en el futuro existan trabajadores que los financien a ellos… No te
digo más. Claro, si actualmente hay ya más de 8 millones de pensionistas y solo
unos 17 millones de ocupados, la cosa está complicada. Hay más jefes que
indios…
¿Qué hace el gobierno?
(por llamar de alguna manera a la divertida pandilla de «Teleñecos» que nos rige) Pues recorta. Nos
convence de que mejor que recorten ellos que no los hombres de negro, que ya es sabido que «quien bien te quiere, te
hará llorar».
Para derivar
responsabilidades, Mariano contrata una comisión de «expertos» (por si el día
de mañana hay reparto de guillotinas… que aquí somos muy nuestros) y sale que
sí. Coño. Qué va a salir. Si lo único importante de los «expertos» es quién los contrata.
Máxime cuando la
mayoría de los «expertos» provienen de la banca y las aseguradoras privadas
—menos un «paracaidista» de CCOO que cayó por allí y encima los apoyó—. Blanco
y en botella.
Total, que se reúnen a
«expertear» y les sale que sobre el 2052 todos calvos. Vamos que no habrá para
pagar. No solo mi generación se jubilará a los 67 años —el que llegue, y que lo
vean estos ojos que se ha de comer la tierra— sino que ya la pensión se nos
calculará sobre los últimos 25 años cotizados. Excepto que haya uno cotizado 38
años (que así de memoria solo se me ocurren el Capitán Trueno y Popeye).
Además, nada de
incrementos sobre el coste de la vida (IPC), ahora se calcularán sobre unas
variables rarísimas: el FEI (Factor de Equidad Intergeneracional) y similares.
Que traducido al román paladino podría ser: «el que venga detrás que arree…».
Y Mariano y Nuestra
Señora de Báñez tan contentos: «Yo no fui, que fueron los expertos…».
Lo explica
maravillosamente el catedrático Vicenç Navarro:
« […] Considerar
la ratio trabajadores versus ancianos constante, sin tener en cuenta el cambio
de la productividad, es un error enorme. Hace cuarenta años había un 18% de la
población en España trabajando en el campo, alimentando a la población. Hoy
solo el 2% lo hace y produce más de lo que producía entonces el 18%. Pongan
“pensiones” en lugar de “alimento” y pueden ver que si hoy se necesitan 2,5
trabajadores por pensionista, es razonable esperar que dentro de cuarenta años
haga falta solo uno, o incluso menos.
Imagínese el ridículo que habría hecho un economista que al ver que los
trabajadores agrícolas disminuían hubiera alertado que España se moriría de
hambre por falta de trabajadores en el campo. Pues sustituyan la palabra
“alimento” por “pensiones” y verán el ridículo de las tesis catastrofistas.
[…]».
Y como bien cuenta mi
admirada Rosa María Artal: «la democracia es cara». Eso es cierto. Siempre es
más barato un dictador.
Así que al paso que
vamos las pensiones y el seguro de desempleo pronto serán sorteadas los jueves
por el Organismo Nacional de Loterías. Como la Primi.
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