H
|
ace unos días que me está corroyendo un dolor infame. Rastrero,
cobarde, vil y traidor. Se debe a mi ya larga trayectoria vital, de la que no
reniego, pero de la que voy estando hasta los cojones, si se me permite la
expresión (por otra parte muy castellana). Un tema vulgar de rodillas y
tobillos, nada heroico por otra parte.
No es un dolor de morirse, no. Es
de joderse. Un dolor raso, de infantería. Como ese amigo gorrón que te acompaña
durante toda tu vida y te «sablea» siempre que puede. Sables, dagas y puñales;
eso es lo que parece a veces que me manda Júpiter tronante para recordarme que
soy humano. ¡Como si uno no lo supiera ya a estas alturas del partido! Pero
nada, los dioses ya sabéis como son. Fíjate lo de Prometeo. Que hay que tener
mala leche. Y yo pues mira, fumar fumo, pero no he robado el fuego del Olimpo, que le compro los mecheros a mi
estanquera. A ver…
Antes el tema del dolor estaba
mejor gestionado. Era una señal de la sabia Naturaleza que te indicaba, por un
poner, que un guerrero cristiano o sarraceno, te acababa de rebanar algún
tendón con el alfanje o la Tizona. Te
ayudaba a cabrearte y seguir en la batalla muriendo victorioso o derrotado pero
con la cabeza bien alta. Exceptuando los casos en que te la cercenaban
certeramente, claro.
O bien, los primos de Neanderthal,
cuyo concepto del dolor era totalmente distinto, supongo. Si les daba un
dolorcillo de baja intensidad, no se preocupaban demasiado. Si era un dolor
fuerte tampoco, porque normalmente indicaba que estaban siendo masticados por
algún bicho más gordo que ellos. Así que para qué se iba a preocupar uno. Tampoco
duraba tanto.
Según leí una vez, los
cartílagos, que son como las «bisagras» de los huesos, están pensados para
durar unos 50 años. Y no lo veo mal, oye. A ver qué pieza hay hoy en el mercado
que te dure eso. Si el problema no es de diseño. El problema es que nos
empeñamos en seguir vivos 90 años con piezas que duran 50. Es como si los
jugadores de un partido de fútbol calcularan el tiempo para meter goles
pensando que la prórroga tiene que durar lo mismo o más que el propio partido.
Que sí, que queda muy bonito en
las pelis de comandos lo de que «el dolor es tu amigo. Te indica que sigues con
vida». Anda y que te pelen, mi sargento…
Así que lo he pensado y me voy a declarar muerto.
Al fin y al cabo, un cadáver no
sufre. Unos os dirán que el alma sube al cielo, va al purgatorio de
mediopensionista o baja al infierno. Cada uno según su creencia. Como si la
idea de «arriba» o «abajo» fuera algo más que un concepto de la topología
matemática o de un programa de Barrio Sésamo.
Un cadáver no sufre. Lo digo
porque tengo a mi sobrino que está haciendo Medicina en Granada y hacen
prácticas con cadáveres. Pues todavía no se les ha dado ningún caso de que
alguno se levante mientras lo sajan y les arree una hostia. Que este me lo hubiera
contado seguro.
Y es que estar muerto tiene sus
ventajas. La primera es que «no estás». Por definición. Por ahí le tengo leído
a alguien que cuando la Muerte está, tú ya no. Y al contrario.
Y nos pasamos la vida
preocupándonos por objetivos, metas y ambiciones que en la mayoría de los casos
(eso ya os lo puedo decir) no pasarán de la noche de fin de año.
Así que he pensado que voy a
estar muerto un tiempo. Como si un rayo mandado por Odín me hubiera atravesado
la mollera y me hubiera reducido a cenizas. Oye, rápido e indoloro es.
Porque estoy bastante cabreado
con mi persona física. Cansado, hastiado. Este conjunto disjunto de cerebro,
carne, huesos, agua (algo de cerveza, con moderación ya) e impulsos eléctricos
que soy. Desde luego, no es el cuerpo que yo hubiera elegido caso de existir un
Corteinglés para almas prenatales. Ni
siquiera soy guapo, detalle que me importa una higa, dicho sea de paso. Cuando
he triunfado en el arte de conquistar algún Monte de Venus, bien sabe Dios que
ha sido gracias a mi lengua. Y ahí lo dejo… Es un cuerpo demasiado grande. No
tengo quejas de medir 1,80 pero lo malo es que casi los mido también de hombro
a hombro. Así que me paso la vida chocando con los vanos de las puertas. No
entro bien en un coche, por eso voy en moto. Y para poder volar con Ryanair
tendría que hacerme piloto…
Así que imaginad que, de pronto,
dejáis de existir. Cosa difícil de imaginar por mucha imaginación que tenga
uno.
El dolor desaparece, las sensaciones,
la percepción.
Se puede pasear por tu lado la
mismísima Mónica Bellucci con un conjunto de Victoria´s Secret que nada. No
mueves ni un músculo. Ni siquiera ese.
Pueden sentar tu cadáver en el
chiringuito El Tintero de Málaga y
ver pasar las fuentes de fritura de pescado sin que se te inmuten las aletas de
la nariz. Una pena.
Pero claro, dejas de pagar
impuestos, el IBI, el IVA, te quedas más delgado, por fin consigues dejar de
fumar (que es un ahorro de la hostia ya). Te baja la tensión, el colesterol,
las transaminasas. Contribuyes a la reforestación del ciprés.
Te da igual que sea verano o
invierno porque te mantienes a la temperatura del terreno. Como los lagartos.
Vamos, una serie de ventajas que
no están suficientemente valoradas, creo.
Así que si queréis comunicaros
conmigo no mandéis WhatsApp´s. Me rezáis cada uno al Dios que queráis. Que ya
lo repartirán en centralita.
Como mínimo hasta septiembre.
Que tengáis un buen verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario