jueves, 7 de agosto de 2014

DESCANSAR EN PAZ




H
ace unos días que me está corroyendo un dolor infame. Rastrero, cobarde, vil y traidor. Se debe a mi ya larga trayectoria vital, de la que no reniego, pero de la que voy estando hasta los cojones, si se me permite la expresión (por otra parte muy castellana). Un tema vulgar de rodillas y tobillos, nada heroico por otra parte.

No es un dolor de morirse, no. Es de joderse. Un dolor raso, de infantería. Como ese amigo gorrón que te acompaña durante toda tu vida y te «sablea» siempre que puede. Sables, dagas y puñales; eso es lo que parece a veces que me manda Júpiter tronante para recordarme que soy humano. ¡Como si uno no lo supiera ya a estas alturas del partido! Pero nada, los dioses ya sabéis como son. Fíjate lo de Prometeo. Que hay que tener mala leche. Y yo pues mira, fumar fumo, pero no he robado el fuego del  Olimpo, que le compro los mecheros a mi estanquera. A ver…

Antes el tema del dolor estaba mejor gestionado. Era una señal de la sabia Naturaleza que te indicaba, por un poner, que un guerrero cristiano o sarraceno, te acababa de rebanar algún tendón con el alfanje o la Tizona. Te ayudaba a cabrearte y seguir en la batalla muriendo victorioso o derrotado pero con la cabeza bien alta. Exceptuando los casos en que te la cercenaban certeramente, claro.

O bien, los primos de Neanderthal, cuyo concepto del dolor era totalmente distinto, supongo. Si les daba un dolorcillo de baja intensidad, no se preocupaban demasiado. Si era un dolor fuerte tampoco, porque normalmente indicaba que estaban siendo masticados por algún bicho más gordo que ellos. Así que para qué se iba a preocupar uno. Tampoco duraba tanto.

Según leí una vez, los cartílagos, que son como las «bisagras» de los huesos, están pensados para durar unos 50 años. Y no lo veo mal, oye. A ver qué pieza hay hoy en el mercado que te dure eso. Si el problema no es de diseño. El problema es que nos empeñamos en seguir vivos 90 años con piezas que duran 50. Es como si los jugadores de un partido de fútbol calcularan el tiempo para meter goles pensando que la prórroga tiene que durar lo mismo o más que el propio partido.

Que sí, que queda muy bonito en las pelis de comandos lo de que «el dolor es tu amigo. Te indica que sigues con vida». Anda y que te pelen, mi sargento…

Así que lo he pensado y me voy a declarar muerto.

Al fin y al cabo, un cadáver no sufre. Unos os dirán que el alma sube al cielo, va al purgatorio de mediopensionista o baja al infierno. Cada uno según su creencia. Como si la idea de «arriba» o «abajo» fuera algo más que un concepto de la topología matemática o de un programa de Barrio Sésamo.

Un cadáver no sufre. Lo digo porque tengo a mi sobrino que está haciendo Medicina en Granada y hacen prácticas con cadáveres. Pues todavía no se les ha dado ningún caso de que alguno se levante mientras lo sajan y les arree una hostia. Que este me lo hubiera contado seguro.

Y es que estar muerto tiene sus ventajas. La primera es que «no estás». Por definición. Por ahí le tengo leído a alguien que cuando la Muerte está, tú ya no. Y al contrario.

Y nos pasamos la vida preocupándonos por objetivos, metas y ambiciones que en la mayoría de los casos (eso ya os lo puedo decir) no pasarán de la noche de fin de año.  

Así que he pensado que voy a estar muerto un tiempo. Como si un rayo mandado por Odín me hubiera atravesado la mollera y me hubiera reducido a cenizas. Oye, rápido e indoloro es.

Porque estoy bastante cabreado con mi persona física. Cansado, hastiado. Este conjunto disjunto de cerebro, carne, huesos, agua (algo de cerveza, con moderación ya) e impulsos eléctricos que soy. Desde luego, no es el cuerpo que yo hubiera elegido caso de existir un Corteinglés para almas prenatales. Ni siquiera soy guapo, detalle que me importa una higa, dicho sea de paso. Cuando he triunfado en el arte de conquistar algún Monte de Venus, bien sabe Dios que ha sido gracias a mi lengua. Y ahí lo dejo… Es un cuerpo demasiado grande. No tengo quejas de medir 1,80 pero lo malo es que casi los mido también de hombro a hombro. Así que me paso la vida chocando con los vanos de las puertas. No entro bien en un coche, por eso voy en moto. Y para poder volar con Ryanair tendría que hacerme piloto…

Así que imaginad que, de pronto, dejáis de existir. Cosa difícil de imaginar por mucha imaginación que tenga uno.

El dolor desaparece, las sensaciones, la percepción.

Se puede pasear por tu lado la mismísima Mónica Bellucci con un conjunto de Victoria´s Secret que nada. No mueves ni un músculo. Ni siquiera ese.

Pueden sentar tu cadáver en el chiringuito El Tintero de Málaga y ver pasar las fuentes de fritura de pescado sin que se te inmuten las aletas de la nariz. Una pena.

Pero claro, dejas de pagar impuestos, el IBI, el IVA, te quedas más delgado, por fin consigues dejar de fumar (que es un ahorro de la hostia ya). Te baja la tensión, el colesterol, las transaminasas. Contribuyes a la reforestación del ciprés.

Te da igual que sea verano o invierno porque te mantienes a la temperatura del terreno. Como los lagartos.

Vamos, una serie de ventajas que no están suficientemente valoradas, creo.

Así que si queréis comunicaros conmigo no mandéis WhatsApp´s. Me rezáis cada uno al Dios que queráis. Que ya lo repartirán en centralita.

Como mínimo hasta septiembre.

Que tengáis un buen verano.







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