sábado, 9 de febrero de 2013

HOMICIDIO HIPOTECARIO


 
           

D
efine el diccionario de la RAE el suicidio como «Quitarse voluntariamente la vida.». Asimismo, el Homicidio como «El delito consistente en matar a alguien sin que concurran las circunstancias de alevosía, precio o ensañamiento.» y por fin el Asesinato como «Matar a alguien con premeditación, alevosía».

            En definitiva, la ÚNICA diferencia entre estos términos es la existencia o no de VOLUNTAD. Voluntad de matar. 

            Conozco el negocio bancario. Trabajé en él más años de los que me gustaría recordar. Y, como en todas las actividades humanas, hay un ÚLTIMO RESPONSABLE de cada acto contractual que se produce. 

En cada sucursal existe la figura del Director, que se dedica más a la actividad comercial pura y dura, a captar Pasivo (cuentas, ahorros de las pobres viejas, comidas con los directores de tesorería de los constructores, etc.) y procura remunerar este al mínimo. La otra labor es la de colocar operaciones de Activo (préstamos) al máximo tipo de interés posible. En definitiva un banco compra y vende dinero. Nada más. Y nada menos. Luego está la figura del Interventor que vela porque todas las correrías, golferías y pillerías del director encajen en la operativa reglamentaria de la entidad. He trabajado en sucursales dónde el interventor y el director se odiaban a muerte además de no dirigirse la palabra. Por encima, dependiendo del volumen de la operación, están los directores de Área, regionales y demás. Pero sea una tarjeta de crédito con un límite de 600 € o una operación de financiación para una constructora de 500 viviendas de varios cientos de millones de euros, SIEMPRE hay una última firma. Con nombres y apellidos. 

Hay dos frases que recuerdo me regalaron los oídos cuando yo era un pardillo bancario con corbata. Cada una de ellas refleja perfectamente la tipología de cada figura:

Director de Sucursal: «Mira, en esta vida lo que hay es… follarte a todas las que puedas,  comer bien y que no te pillen en un renuncio».
Interventor: «La operativa es esta y no hay más. Las empresas no son humanas…».

En los dos casos, se trataba de «ejemplares» padres de familia y casi de misa dominical. Aunque no se puede generalizar, claro. Se puede trabajar en un banco y ser una mujer o un hombre con una moral irreprochable… menos de ocho a tres. 

Traigo todo esto a colación porque ha muerto Fran en Córdoba. 

Francisco Lema Bretón, 36 años, albañil desempleado y víctima de una hipoteca, deja mujer y una niña.  Todos los días muere gente, sí. Y ni siquiera llegamos a enterarnos a no ser que nos toque muy de cerca. Eso lo sé por experiencia. Tengo en la memoria ya bastantes entierros. Dos de ellos me mordieron el alma como si un buitre carroñero se hubiera alimentado de mis entrañas. Y después no he vuelto a ver la vida de la misma forma. Recuerdo el ambiente, el terminar de cada entierro y recuerdo las dos sensaciones: la de ser coprotagonista del acto y la de ser un mero invitado. Tan opuestas entre sí como el cielo y el infierno. Cuándo solo asistes para dar el pésame, ves como las parejas vuelven a casa, como en un suspiro, como alegrándose de que no les ha tocado a ellos. Los abrazos esa noche son más fuertes en todos los hogares. 

En el hogar de Fran —–si es que se puede llamar hogar a una vivienda que consiguió tras entregar la suya al banco para que permanezca vacía—, que murió ayer, después de haber negociado con su banco la dación en pago de su vivienda, después de muchos meses luchando en la plataforma «Stop Desahucios», después de recibir una notificación de Hacienda comunicándole una deuda de ¡400 euros! su mujer no podrá abrazarse a él. Nunca más. 

Porque existe una persona, con nombres y apellidos, un director de sucursal, de área o de lo que sea que estampó su firma sobre la «sentencia» de Fran. Una persona que, puede que el lunes, cuando vuelva a su despacho, lo primero que haga sea revisar a escondidas el expediente del crédito de Fran. Quizá le dedique un par de minutos a su recuerdo. Saldrá a desayunar a las once y a las tres y media estará en casa. Sin ninguna percepción de RESPONSABILIDAD sobre la muerte de Fran. 

Y es que desde muy joven le enseñaron, le entrenaron, a parapetarse tras el cumplimiento de las normas y los reglamentos de su entidad financiera. Su voluntad no era matar, pero la consecuencia de su acto ha sido una muerte. Una muerte con un precio y un valor contable.

Diluimos la responsabilidad de nuestros actos en la normativa de una organización, empresa, religión, partido político… Pero siempre hay un responsable último. Siempre. 

Nadie más convencido de la legitimidad de sus actos que fray Tomás de Torquemada, inquisidor general del Santo Oficio cuándo mandaba quemar vivos a los sospechosos de profesar la fe judía. Se limitaba a cumplir la normativa vigente. 

Esperemos que Fran sea reconocido como víctima de esa otra organización dentro de quinientos años. Descanse en paz. 





1 comentario:

La Maripili dijo...

Pues sí, una lástima lo de Fran y lo de tantos otros. Ada no estaba tan equivocada cuando les llamó criminales