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Tengo una amiga
malagueña natural de Navaltempujo y la Casco que
es un amor. Ordenada, educada, muy limpia para sus cosas. De hecho en su
trabajo es muy profiláctica al haberse doctorado en las artes de Hipócrates.
Que no era de Hipócrita sino de Cos, una isla griega del Dodecaneso.
Pues ella es morena
ensortijada, con sonrisa encastrada y guapa de fijarse. No porque la parroquia
se vuelva a su paso —que también— sino porque hay que fijarse para descubrir su
belleza. En mi caso, al ser presbicioso (con vista cansada) tengo hasta que ponerme
gafas. Porque su belleza sale de la pluma cuando la moja en el tintero de su
risa. Destila un estilo muy peculiar a mitad de camino entre el «Realismo
Mágico» y el cocido madrileño. Cuando la lees, además de reír, te parece estar
en casa con las zapatillas de guata, un perro pastor a tus pies y un aroma de
papas con choco que sobrevuela el pasillo. Es literatura alimenticia.
Pues bien, mi amiga, a
la que llamaremos Σ (Sigma) para mantener a salvo su privacidad —aunque
podríamos llamarla Ω (Omega) porque creo que también es muy puntual—me mandó el
otro día un paquete. Un libro, concretamente. Y lo hizo a través de la Sociedad
Estatal de Correos y Telégrafos.
Que conste que yo
contra Correos no tengo nada. Allí trabajan algunos buenos amigos/as. Pero me
da la impresión —como un tufillo fino, una sombra de duda— que desde su pseudoprivatización
y su alianza con el Deutsche Bank
—Delenda est Germania— no funciona como antes. Y además todos parecen muy
cabreados.
Sucedió que mi buena
amiga Σ (Sigma), con todo cariño, embaló mi paquete (me refiero al libro) y lo
presentó al envío en una oficina postal de la ciudad μ (Mu), la suya, con destino a α
(Alfa), la mía, un seis de abril (día de San Eutiquio,
obispo de Constantinopla); y a través del correo eléctrico tuvo la amabilidad
de enviarme el código correspondiente para su recogida. Esto es un sistema
estupendo que te permite a través de la página web de Correos saber en todo
momento el «Estado» del envío.
De suerte que si a día
de hoy, consultas te da el siguiente resultado:
Número de envío: CU0007019xxxx
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Fechas
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Estados
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06/04/2013
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Admitido
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08/04/2013
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En tránsito
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09/04/2013
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En proceso de entrega
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09/04/2013
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Envío pendiente de ser recogido en
Oficina Postal
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10/04/2013
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En proceso de entrega
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Y así vas viendo cómo
evoluciona el estado del paquete. Como los Pokémon.
Esperé un tiempo
prudencial de unos cinco días a que fuera depositado en mi buzón el boletín de
recogida en la oficina postal. De hecho, la distancia entre su localidad y la
mía se puede recorrer perfectamente en no más de dos días a caballo, posta
incluida.
Ni flores.
El día 13, escamado por
la tardanza, me armé de casco, linterna de carburo y una espátula dispuesto a
hacer espeleología buzonera al modo «McGyver», por si el susodicho boletín se
hubiera adherido a la parte superior del buzón. Hipótesis tan estúpida como
posible descartadas todas las demás. Esto, además de la perfecta limpieza
interior de la vasija, sirvió para lo mismo que el onanismo forense (como el
que se la menea a un muerto, vamos). Nada.
Había que pasar a la
acción. El día 15, sobrepasado el plazo no ya de que el cartero hubiera venido montando
a Rocinante, sino incluso de romería
en carreta de bueyes, me desplacé a la oficina central de Correos de mi
localidad.
Ese día estaba
completita. Lo normal: Un par de punkis, mucho paisano de Atahualpa, y algunas
señoras sentadas con la mirada fiera en el panel de turnos. Porque las oficinas
de Correos son como los Bingos. Cuándo sale tu número en el panel pegas un
salto de alegría que te dan ganas de cantar línea.
Al llegar mi turno, me
atendió un chico muy amable al cual le di el número de envío con la sensación
de estar dándole el Código da Vinci.
Lo vi teclear con fuerza en varios sitios, temiendo que destrozara el teclado,
porque le salían unos tríceps tremendos por la costura de la camiseta. Siendo
más bien bajito, pensé que quizá por las tardes era el encargado de mover las
columnas del edificio para optimizar el espacio postal. Mi tensión fue
creciendo por momentos hasta que al fin emitió su diagnóstico:
—Esto está en la oficina
de correos de γ (Gamma) —Otra localidad que entraba en liza. Vayapordios—.
— ¿Y sabría usted
decirme por dónde cae?
—No, no, yo ya eso…
La investigación tomaba
un nuevo rumbo. Desistí de preguntar como había llegado allí para no perder
tiempo en algo que el funcionario ni sabría ni le importaría una higa. Así que
pasé a la averiguación digital. La oficina de correos de γ (Gamma) realmente existía
en la página web de Correos, lo que era un dato alentador. Y además tenía un
número de teléfono. Lo que no parecía tener era nadie que lo cogiera. Esto lo
deduje después de toda una mañana de infructuosas llamadas.
Había llegado el momento de la investigación
de campo.
Al día siguiente, al
despuntar el alba, monté y me dirigí hacia γ (Gamma), en busca de nuevas
aventuras. La visión cenital del satélite de Google Maps no aclaraba mucho la
localización. De hecho, si ampliabas al máximo, te situaba en el techado de
plástico de un bonito invernadero. Podría darse el caso de ser un semillero de
sellos de 35 céntimos, pero no terminaba de convencerme… Así que usando el
método deductivo y teniendo en cuenta la alianza con el Deutsche Bank —Delenda est Germania—, inferí que la única sucursal
de esta entidad en dicha localidad —la cual sí aparecía— debía estar inserta en
la oficina postal correspondiente, ya que γ (Gamma) era una pequeña población
de pescadores en la que dudaba yo mucho que vivieran grandes accionistas de la
Volkswagen GmbH, por un poner… Así que en una rápida cabalgada me situé en el
lugar, una escondida callejuela en la que vi triunfante un resplandor dorado
que indicaba la situación de mi Santo
Grial particular: un letrero amarillo bordeaba la esquina de un pequeño
edificio. Saboreé el momento con un cigarro. El humo de la victoria.
Con paso firme, tan seguro
de mí mismo como si portara un salvaslip para las pérdidas ocasionales, entré
en la oficina sonriente. En voz baja le di al funcionario el santo y seña del
código de envío. Interrogado el sistema informático, concluyó que verdes las
han segado… había no se qué problema técnico para consultar.
Pero siempre podría
volver otro día. Claro.
Es como lo del chiste.
Cuando empezaron a informatizarlo todo, recuerdo una vez que entré en una
oficina por algún trámite. El empleado sonriente miró a la pantalla, tecleó,
esperó, esperé, esperamos… y al final me dijo: «Es que ahora lo han
informatizado. Va más rápido, pero tarda un poco más». Lógica ibérica-booleana
incontestable.
Al final, cautivo y
desarmado de esperanza, volví cabizbajo a casa. Puede que fuera el destino.
Puede que mi amiga Σ (Sigma) hubiera impregnado el libro con algún perfume al
que fuera alérgico el cartero que lo llevó y dentro de unos meses aparezca su
cadáver en alguna cuneta. Quién sabe.
Sigo en contacto con
ella. Ahora lleva el peso de la investigación habiendo reclamado el
paquete. He jurado sobre la guía de Códigos Postales no cejar hasta tenerlo en
mis manos. Es un asunto de honor.
La esperanza es lo
último que se pierde.
Porque no la mandan por
correo, claro.
Postdata:
No os la perdáis que es
muy salá:
1 comentario:
El paquete perfumado fue robado por Patrick Süskind, después de dejar que el cartero se impregnara de la estricnina disfrazada de Ô de Matarratas.
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