sábado, 20 de abril de 2013

SHERLOCK POST




           

M
e siento impelido a contar este episodio, que ya sabéis que yo soy muy episódico, debido a la intensa investigación que me ha ocupado los últimos días.


Tengo una amiga malagueña natural de Navaltempujo y la Casco que es un amor. Ordenada, educada, muy limpia para sus cosas. De hecho en su trabajo es muy profiláctica al haberse doctorado en las artes de Hipócrates. Que no era de Hipócrita sino de Cos, una isla griega del Dodecaneso. 


Pues ella es morena ensortijada, con sonrisa encastrada y guapa de fijarse. No porque la parroquia se vuelva a su paso —que también— sino porque hay que fijarse para descubrir su belleza. En mi caso, al ser presbicioso (con vista cansada) tengo hasta que ponerme gafas. Porque su belleza sale de la pluma cuando la moja en el tintero de su risa. Destila un estilo muy peculiar a mitad de camino entre el «Realismo Mágico» y el cocido madrileño. Cuando la lees, además de reír, te parece estar en casa con las zapatillas de guata, un perro pastor a tus pies y un aroma de papas con choco que sobrevuela el pasillo. Es literatura alimenticia. 


Pues bien, mi amiga, a la que llamaremos Σ (Sigma) para mantener a salvo su privacidad —aunque podríamos llamarla Ω (Omega) porque creo que también es muy puntual—me mandó el otro día un paquete. Un libro, concretamente. Y lo hizo a través de la Sociedad Estatal de Correos y Telégrafos. 


Que conste que yo contra Correos no tengo nada. Allí trabajan algunos buenos amigos/as. Pero me da la impresión —como un tufillo fino, una sombra de duda— que desde su pseudoprivatización y su alianza con el Deutsche Bank —Delenda est Germania— no funciona como antes. Y además todos parecen muy cabreados. 


Sucedió que mi buena amiga Σ (Sigma), con todo cariño, embaló mi paquete (me refiero al libro) y lo presentó al envío en una oficina postal de la ciudad μ (Mu), la suya, con destino a α (Alfa), la mía, un seis de abril (día de San Eutiquio, obispo de Constantinopla); y a través del correo eléctrico tuvo la amabilidad de enviarme el código correspondiente para su recogida. Esto es un sistema estupendo que te permite a través de la página web de Correos saber en todo momento el «Estado» del envío. 


De suerte que si a día de hoy, consultas te da el siguiente resultado:


 Número de envío: CU0007019xxxx
Fechas
Estados
06/04/2013
Admitido
08/04/2013
En tránsito
09/04/2013
En proceso de entrega
09/04/2013
Envío pendiente de ser recogido en Oficina Postal
10/04/2013
En proceso de entrega




Y así vas viendo cómo evoluciona el estado del paquete. Como los Pokémon.

Esperé un tiempo prudencial de unos cinco días a que fuera depositado en mi buzón el boletín de recogida en la oficina postal. De hecho, la distancia entre su localidad y la mía se puede recorrer perfectamente en no más de dos días a caballo, posta incluida. 


Ni flores.

El día 13, escamado por la tardanza, me armé de casco, linterna de carburo y una espátula dispuesto a hacer espeleología buzonera al modo «McGyver», por si el susodicho boletín se hubiera adherido a la parte superior del buzón. Hipótesis tan estúpida como posible descartadas todas las demás. Esto, además de la perfecta limpieza interior de la vasija, sirvió para lo mismo que el onanismo forense (como el que se la menea a un muerto, vamos). Nada. 


Había que pasar a la acción. El día 15, sobrepasado el plazo no ya de que el cartero hubiera venido montando a Rocinante, sino incluso de romería en carreta de bueyes, me desplacé a la oficina central de Correos de mi localidad.



Ese día estaba completita. Lo normal: Un par de punkis, mucho paisano de Atahualpa, y algunas señoras sentadas con la mirada fiera en el panel de turnos. Porque las oficinas de Correos son como los Bingos. Cuándo sale tu número en el panel pegas un salto de alegría que te dan ganas de cantar línea. 


Al llegar mi turno, me atendió un chico muy amable al cual le di el número de envío con la sensación de estar dándole el Código da Vinci. Lo vi teclear con fuerza en varios sitios, temiendo que destrozara el teclado, porque le salían unos tríceps tremendos por la costura de la camiseta. Siendo más bien bajito, pensé que quizá por las tardes era el encargado de mover las columnas del edificio para optimizar el espacio postal. Mi tensión fue creciendo por momentos hasta que al fin emitió su diagnóstico:


—Esto está en la oficina de correos de γ (Gamma) —Otra localidad que entraba en liza. Vayapordios—.


— ¿Y sabría usted decirme por dónde cae?


—No, no, yo ya eso…


La investigación tomaba un nuevo rumbo. Desistí de preguntar como había llegado allí para no perder tiempo en algo que el funcionario ni sabría ni le importaría una higa. Así que pasé a la averiguación digital. La oficina de correos de γ (Gamma) realmente existía en la página web de Correos, lo que era un dato alentador. Y además tenía un número de teléfono. Lo que no parecía tener era nadie que lo cogiera. Esto lo deduje después de toda una mañana de infructuosas llamadas. 


 Había llegado el momento de la investigación de campo.

Al día siguiente, al despuntar el alba, monté y me dirigí hacia γ (Gamma), en busca de nuevas aventuras. La visión cenital del satélite de Google Maps no aclaraba mucho la localización. De hecho, si ampliabas al máximo, te situaba en el techado de plástico de un bonito invernadero. Podría darse el caso de ser un semillero de sellos de 35 céntimos, pero no terminaba de convencerme… Así que usando el método deductivo y teniendo en cuenta la alianza con el Deutsche Bank —Delenda est Germania—, inferí que la única sucursal de esta entidad en dicha localidad —la cual sí aparecía— debía estar inserta en la oficina postal correspondiente, ya que γ (Gamma) era una pequeña población de pescadores en la que dudaba yo mucho que vivieran grandes accionistas de la Volkswagen GmbH, por un poner… Así que en una rápida cabalgada me situé en el lugar, una escondida callejuela en la que vi triunfante un resplandor dorado que indicaba la situación de mi Santo Grial particular: un letrero amarillo bordeaba la esquina de un pequeño edificio. Saboreé el momento con un cigarro. El humo de la victoria. 


Con paso firme, tan seguro de mí mismo como si portara un salvaslip para las pérdidas ocasionales, entré en la oficina sonriente. En voz baja le di al funcionario el santo y seña del código de envío. Interrogado el sistema informático, concluyó que verdes las han segado… había no se qué problema técnico para consultar. 


Pero siempre podría volver otro día. Claro.

Es como lo del chiste. Cuando empezaron a informatizarlo todo, recuerdo una vez que entré en una oficina por algún trámite. El empleado sonriente miró a la pantalla, tecleó, esperó, esperé, esperamos… y al final me dijo: «Es que ahora lo han informatizado. Va más rápido, pero tarda un poco más». Lógica ibérica-booleana incontestable. 


Al final, cautivo y desarmado de esperanza, volví cabizbajo a casa. Puede que fuera el destino. Puede que mi amiga Σ (Sigma) hubiera impregnado el libro con algún perfume al que fuera alérgico el cartero que lo llevó y dentro de unos meses aparezca su cadáver en alguna cuneta. Quién sabe. 


Sigo en contacto con ella. Ahora lleva el peso de la investigación habiendo reclamado el paquete. He jurado sobre la guía de Códigos Postales no cejar hasta tenerlo en mis manos. Es un asunto de honor. 


La esperanza es lo último que se pierde. 


Porque no la mandan por correo, claro.



Postdata:

No os la perdáis que es muy salá:

                        http://xrisstinah.blogspot.com.es/





1 comentario:

Unknown dijo...

El paquete perfumado fue robado por Patrick Süskind, después de dejar que el cartero se impregnara de la estricnina disfrazada de Ô de Matarratas.