Hay una obra maestra de Hitchcock «La ventana indiscreta», en la que un lesionado James Stewart se pasa todo el film escayolado en una silla de ruedas, observando el edificio de enfrente.
En mi caso, no es que esté escayolado, pero hay una maldición que me acompaña desde los tiempos en que fui trabajador de la banca, y aún antes, que ejercí de cabo de una compañía de fusiles en la fiel Infantería: Todos los días del año, sea laborable o fiesta de guardar, se me abren automáticamente los ojos como a un búho a las siete de la mañana. Un tormento.
Aunque bueno, haciendo de la necesidad virtud, aprovecho esos primeros momentos del día para planificar, hacer acto de contrición u otras tareas. Todo ello regado con el café mañanero que sabe a gloria bendita.
Este bendito café a tan temprana hora, lo suelo consumir apoyado en el quicio de la ventana, observando el despertar de la ciudad y las distintas especies que la habitan.
Al coincidir mi calle con la ruta de ida y vuelta de los cofrades del botellón juvenil de los jueves…y de los viernes…y de los sábados…llevo tiempo estudiando sus costumbres como un discípulo de Félix Rodríguez de la Fuente urbano, camuflado en la fronda de las macetas donde «doy un puesto perdiz» que era como se denominaba en mi pueblo a la caza de tal bicho en la serranía camuflados los cazadores entre lascas de pizarra y ramaje endémico de la zona.
Pues bien, voy a intentar relatar, como podría relatar mil y una historias sobre esta ruta del «jabalí cubatero» (y la jabalisa), a modo de ejemplo, la última del pasado jueves. Ese día, probablemente sin saberlo, cuando abandonaban los pisos y las pisas de estudiantes y estudiantas universitarios y universitarias (aquí termino la servidumbre a La Pajín), con sus mejores galas ellos y sus mejores pinturas de guerra ellas, celebraban lo que en la generación anterior se llamaba el «jueves lardero». O jueves anterior al carnaval. Que al estar prohibido por la autoridad eclesiástico-militar durante los tiempos del superlativo General (o generalísimo), se disfrazaba con el nombre de los días de máscaras.
Al alba, a la hora del cazador. Cuando la sombra y la luz aún andan a la greña y los fríos grises todavía ganan a los anaranjados del amanecer, pertrechado con la impedimenta del safari fotográfico-doméstico al que me iba a entregar, esto es: bata de paño en tonos de camuflaje, bufanda antiventisca, cafetera hirviente para seis servicios y telefonillo con cámara de 2 Megapíxeles. Comencé el acecho no más allá de las siete y cuarto de la mañana.
No tuve que esperar mucho. Estando a sorbos con el primer café y el cigarrillo en espera, me pusieron en alerta los ruidos de la primera manada que subía por la quebrada. Esta especie, siempre delata su presencia por los jolgorios que retumban entre la edificación del barrio, en arco de medio punto, que a modo de bóveda transmite el sonido aumentado y te avisa de que se acerca una escuadra de recogida tardía, dándote tiempo a tomar posición.
El grupo humano de veinteañeros en cuestión estaba compuesto por:
Tres zagalones de distinta extracción en cuanto al vestir. Y dos zagalillas muy majas. El primero se tocaba con una gorra de plato adornada con su chapa imitando a la de un policía americano. Una camiseta negra con una inscripción en bonitas y grandes letras de fácil traducción «Fuck you». Los otros dos machos no son reseñables puesto que adoptaban actitud pasiva y cabizbaja probablemente ante la resignación cristiana de haber perdido la esperanza en el follisqueo tardío.
De las dos zagalas, una era de rotundas curvas y rubios cabellos, que se observaban pegajosos en la distancia debido seguramente a toda una noche de vigilia entre fritangas de humo y cubatas. A mi es que me gustan las mujeres rotundas, otros puede que las llamen gorditas. Allá ellos. Esta zagala se dedicó a mantener a raya a los tres machos, sobre todo al macho alfa de la gorra de poli, mientras la otra, delgada y con gorro de ala corta, se internaba entre dos coches, contestando a alguna alusión del de la gorra con la sabiduría de la juventud: «Tócame el coño, anda».
Tuve la suerte de que la presa se puso a mear justo enfrente de mi puesto de observación. Apagué la débil luz de la habitación y tomé un sorbo de café caliente, aclarándome la garganta. En efecto. Con un rápido movimiento, se bajó los vaqueros despejando la duda de si usaba bragas. Que fue que no. Adoptó la postura de meona urbana, despejando también la incógnita de si era rubia de bote. Que fue que si. Pues la débil pelambre intermuslos la delató. Cuando ya relajada por la evacuación se disponía a levantarse, agazapado y con la voz ya aclarada, me dispuse a inmortalizar el momento, encasquillándose el arma. Por lo que decidí inmortalizarlo de otra forma. Con voz profunda y vocalizando perfectamente, lancé el grito acorde con la situación: «¡¡¡Marranaaaaaaaaaaa!!!».
Todos miraron sorprendidos y divertidos hacia mi ventana, pero yo estaba camuflado en la sombra, y la zagala, debido a la curda que llevaba encima, trastabilló al levantarse de pronto y no acertó a pasar el pantalón más arriba de sus rodillas, aunque blandiendo el coño amenazante espetó: «¡Que pasa. Puta y mi chocho lo disfruta!».
En ese momento, la otra zagala, que supongo es la que había bebido menos, se abalanzó sobre su compañera del coño en ristre y ayudándola a mantener el equilibrio, entre las dos consiguieron subir los pantalones. Mientras, todos los zagalones estaban escondidos en los soportales, fuera de alcance, partiéndose el culo de risa. Al fin, apoyadas la una en la otra y enfundado el coño, siguieron su vuelta a casa entre carcajadas.
En el fondo soy una ONG. Les provoco la última risa de la fiesta.
*A Juan Luis LC, aoristo y perfecto de aquellas amistades que conquistaban imperios de cartón mientras reían.
8 comentarios:
Jajaja, endeluego, mae mia, Joe. Que bien te lo pasas! :D
jajajajajjaja que conste, que yo sin ser zagala, cuando tengo que mear en la calle, por necesidad perentoria, MEO.
PUES SI, TAMBIEN YO VIVO EN EL PASO DE IDA Y VUELTA DE LAS MOVIDAS JUVENILES, Y ES MUY CURIOSO TODO LO QUE SE OBSERVA Y ESCUCHA...POR NO DECIR, PENOSO......PARECE QUE LA DEGRADACION FEMENINA NO QUIERE CONOCER LIMITES.
Jajaja.En éste blog eres una mezcla de Arturo Perez Reverte y Miguel Delibes.Me sorprendes,cuanto me he reido,que narrativa,gracias.
Pos me avisas, vecino, y yo voceo en otro tono y amenizamos el barrio...jajaja, cómo mola! 1bs rosa
Pues sí, mi querida Eva. Mi hobby es la observación y el conocimiento de las personas. No hay teleserie ni guionista en el mundo capaa de equipararse a la realidad.
¡Mi querida Rosa versión 1.bs! No lo había pensao. ¡Podríamos cubrir casi todo el barrio!
Loli. Me abrumas. Arturo es mi guía espiritual y Miguel...no se si la primera escopeta de España, pero de las primeras plumas seguro.
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