miércoles, 15 de mayo de 2013

FUNCIONARIOS DE PAPEL


Crédito imagen: misco-hon.es


       
Q
ue conste que a mí no me gusta joder. Exceptuando los casos en que la coyunda se acompañe de lencería fina, soy más bien un nihilista casi siempre pacífico y defensor a ultranza de la Tercera Ley de Newton, o principio de acción y reacción: «si me jodes, te joderé con una fuerza igual y opuesta».

 

            Además, que uno siempre ha reverenciado a la función pública. Unas veces por devoción (las menos) y otras por obligación (las más). Una vez creo que os opiné alguna cosilla sobre los «funcionarios de colores»:


 A los que respeto profundamente es a los de color blanco; son vocacionales, desde luego. Los encuentros que he tenido con ellos siempre se han saldado con un alta (hasta ahora). Con los de color negro —pleitos tengas…— no he tenido demasiadas concurrencias y siempre acompañadas de cefaleas propias o ajenas. Los de color azul —que suelen llevarte cautivo a conocer a los de negro— tampoco han sido santo de mi devoción. Sobre todo los de azul local con libretilla. Y con los de color verde, a los que todos los españoles sobre ruedas respetamos muchísimo —incluyendo a su familia cercana—, salvo alguna reconvención, a veces ilustrada numéricamente, tampoco ha habido nada reseñable.

Y sé que me voy a meter en un jardín. En una selva. Pero a mí es que, como buen aries, me pones un muro y embisto. Y después calculo el grosor mientras recojo los trozos de la cornamenta. Seguramente, tras escribir esto, empezaré a recibir anónimos y amenazas de no compulsarme ni una fotocopia en los organismos oficiales…


Después de una madre, lo primero que conoce un/a español/a, es un funcionario. Bueno, varios. La de la bata blanca, que le arrea en la espalda hasta hacerlo gritar —aviso de lo que le espera— y el del Registro Civil, sin el cual no existe, por mucho que porte cabeza, tronco y extremidades. «Lo que no está en el expediente no existe»; ley secular que cumple el probo funcionario desde el Big-Bang.


Tras el período doméstico de crecimiento y engorde nos depositan en manos de otra funcionaria: La seño. Una categoría de funcionarios que siempre está minusvalorada, en mi opinión. Los enseñantes. Colectivo depositario nada menos que de ¡nuestro futuro! Y ni siquiera tienen color propio. Son incoloros, indistinguibles de la población civil. Y oye, unas gentes que briegan con nuestros cachorros hasta que alcanzan el tamaño adecuado para la suelta… merecería algún distintivo. 

Por fin están mis favoritos/as, los que yo llamo cariñosamente: funcionarios de papel. No porque su composición sea la del papiro sino por la materia prima que manejan: el papel. Toneladas de papel transportado de mesa en mesa durante decenios hasta llegar al archivo: Instancias, certificados, escrituras, testamentos, otorgamientos de poderes, autos, diligencias, oficios, citaciones, autorizaciones, inmatriculaciones, bastanteos… si termino la lista me echan del servidor informático.


Una de mis favoritas es la Fe de Vida: la administración cita a un payo para que demuestre que está vivo. El payo se presenta… y el funcionario le dice que además del  DNI y su cuerpo torero le falta una declaración jurada de estado civil. Con lo que no puede dar fe de que está vivo.


Coño, que le pellizque las partes berrendas y no hace falta diligencia.


El Procedimiento Administrativo que no cesa.


Bien, pues todo este cabreo viene de mi penúltima gestión con la administración local de mi pueblo (porque a esto le falta mucho para llamarlo ciudad). Me citan del área de Hacienda para aportar una documentación. Bien. La reúno, y voy el día indicado a la hora marcada. Como el consistorio está en obras, sus departamentos han sido como esturreados en pequeñas dependencias que danzan alrededor de la plaza de la Constitución a modo de franquicias. Así que le pregunto a un agente de la policía local que hay en el bar (con muchos y bonitos galones, puede que por eso le toque guardia de carajillos). Muy amable y seguro me indica que el mostrador que busco se encuentra en una calle paralela a espaldas de la plaza. Vale. Voy. Llego al nuevo destino y en un bajo de una casucha del s. XIX hay unas dependencias con mostrador. Incluso hay un cartel que reza «Hacienda». Interrogo a la simpática funcionaria que hay a mano y con una sonrisa y ojos tristes me dice que no, que allí no es, pero que pasa mucho. Los tontos tenemos siempre ese consuelo. Así que se empeña en una docta explicación a modo de croquis verbal sobre el itinerario más corto para volver a la plaza y encontrar la dependencia de marras. Un amor de chica, oye.


Como no llevaba el GPS y era incapaz de recordar los tres minutos de indicaciones de callejuelas y traspatios decido volver sobre mis pasos y situarme de nuevo en la plaza mayor. Calculo por empatía geográfica lo que me ha explicado la chica y voy hasta otra puerta. Allí parece haber más movimiento, hay un mostrador de conserjería donde me sitúo y espero que el conserje que está en la puerta termine el chiste que estaba contando a mi entrada. Se mete en el garito y después de un: «no hombre, no» y un «tú hazme caso» al fin me indica la puerta correcta.


Me planto en la puerta y efectivamente, allí está el cartel (en el interior, claro) y curiosamente la dependencia está Justo al lado de dónde se ubica el bar en que el «agente 007» municipal con galones me mandó a tomar por culo la primera vez.


Nada, subo unas escaleras, rondo algunas puertas, y doy con el despacho correcto. El funcionario (en éste caso un técnico) no solo me diligencia con simpatía y diligencia sino que aumenta mi saber sobre legislación local gratuitamente. Y me despide con un apretón de manos y una sonrisa. En total, la gestión ha durado unos dos minutos.


Sumados los dos minutos efectivos a los veinte de rastreo… pues oye, un poco sí que jode. Pero bueno, esto es España, ya se sabe.


Mi reflexión es que no es que aquí sobren funcionarios. Ni mucho menos. Estamos incluso por debajo de la media en la ratio de empleados públicos/población activa de nuestro entorno. Lo que están es mal puestos. Duplicados, triplicados a veces. En todo caso, en este monstruo imposible de mantener (antes sí, ya no, por mucho que nos duela) lo que sobran son funcionarios de papel. Y me diréis que ya el papel se va usando menos, vale. ¿Y qué demonios hace un tío como la copa de un pino rellenando formularios en pantalla que podría rellenar mi sobrino de once años?


La Administración Pública, esperemos, en un futuro no muy lejano, con el concurso de las nuevas tecnologías se convertirá en un corpus de técnicos: sanitarios, enseñantes, bomberos, fuerzas de seguridad, interventores, personal de asistencia social  y soldados de los Tercios. Además de estos, una suerte de cuerpo especial de mantenimiento de los terminales informáticos reunidos Todos en un macro-sótano y con manual en línea para el usuario que unifique cualquier trámite posible e imposible.


¿O desmontamos todos los cajeros automáticos de los bancos para volver a la cola a que el oficial segundo del Banco de Villaconejos nos vise el ingreso en cuenta?






Diligencia para hacer constar:



Que uno se precia de conocer a los tres funcionarios del Estado más honrados de las Españas (J.S.S.P., F.S.G-Q.F. y J.L.L.C.) pongo las iniciales por presuntos, ya que cabe que haya alguno más honrado, pero no lo conozco. Honrados como un kilo de mil gramos y trabajadores como un minero leonés.



Dado en Al-Andalus a Quince de mayo de dos mil trece.





                                                                       El menda.


 


1 comentario:

Marijuli dijo...

Eres "the one and only"...así, sin más....